jueves, 27 de agosto de 2015

El Canon universal, una polémica literaria que viene de lejos

He intentado enfrentarme directamente a su grandeza: preguntar qué convierte al autor y las obras en canónicos. La respuesta, en casi todos los casos, ha resultado ser la extrañeza, una forma de originalidad que o bien no puede ser asimilada o bien nos asimila de tal modo que dejamos de verla como extraña. Harold Bloom, El canon occidental, 1995.

Define el DRAE 'canon' como "Regla o precepto" (1) o como "Catálogo o lista" (2) en sus dos primeras acepciones, aunque en las siguientes entran ya conceptos como 'perfección' o 'tipo ideal'. Pero a quien no le suene la cuestión del canon, de seguro habrá escuchado hablar de 'los clásicos'. A su definición según el DRAE se le adscriben conceptos análogos: 'plenitud', 'modelo digno de imitación', 'de tradición culta'. Estas obras vienen a ser, en román paladín, aquellas de las que la historia ha hecho un ejemplo, un podio literario en el que mirar y verse reflejado, aquellas de las que se vanaglorian las naciones, aquellas que admiran los lectores, escritores y críticos y, por lo general, aquellas que la mayoría del público afirma tener en casa y haber leído, cuando no ha pasado ni de las solapas. 

Le pese a quien le pese, no existe un canon universalmente aceptado de libros que formen el top ten de la literatura. La tradición nos ha legado títulos de clásicos que (casi) todo el mundo acepta, pero no son los mismos en todos los países ni en todas las lenguas, y no han sido tampoco idénticos en todas las épocas. No obstante, no han faltado intentos de esbozar un proyecto de 'canon universal' que abarcase las obras más importantes para la humanidad desde los albores de las letras. 

Y eso nos lleva al siguiente paso: hablar de 'canon' en literatura supone, indefectiblemente, hablar de Harold Bloom. Tantos son los intentos de canon que quizá su proliferación haya minimizado su impacto, pero no sucede eso con el propuesto por Harold Bloom. Este crítico y teórico estadounidense, famoso en el mundo académico por sus polémicas y propuestas, publicó en 1994 El canon occidental, obra que generó una inmensa polémica por la finalidad perseguida.

"Este libro estudia a veintiséis escritores, necesariamente con cierta nostalgia, puesto que pretendo aislar las cualidades que convierten a estos autores en canónicos, es decir, en autoridades en nuestra cultura" (Anagrama, p. 11).

Si tuvierais que establecer una lista de autores fundamentales en la historia de la literatura -de toda la literatura-, ¿cuáles serían?, ¿qué criterios seguiríais para ello?, ¿escogeríais autores y obra completa o solo títulos escogidos? Decía Bloom que su selección no es arbitraria, sino que se trata de autores escogidos "tanto por su sublimidad como por su naturaleza representativa", los "escritores occidentales más importantes desde Dante": Shakespeare, Dante, Samuel Johnson, Goethe, Wordsworth, Cervantes, Chaucer, Joyce, Montaigne, Molière, Milton, Jane Austen, Walt Withman, Emily Dickinson, Charles Dickens, Eliot, Tolstoi, Ibsen, Freud, Proust, Virginia Woolf, Kafka, Neruda, Borges, Pessoa y Beckett.

Mis alarmas al leer la lista de autores saltaron como un resorte. Debe de ser deformación profesional, pero no ver ahí a Homero ni a Virgilio despertó un tick en mi ojo derecho. ¿Nada antes de Dante? ¿En serio? Eh, hay dos mujeres, menos mal. Pero ¿en serio que nada antes de Dante? Oh, man... (hasta acento sureño se me pone). 

Esperad, que después lo explica: "debemos recordarnos que Shakespeare, que desconfiaba de la filosofía, es mucho más importante para la cultura occidental que Platón y Aristóteles, Kant y Hegel, Heidegger y Wittgenstein" (p. 20). Después de esto, el tick saltó de mi ojo, cogió un cuchillo y pedernal y se puso a afilarlo. Me costó calmarlo tres días y una docena de odas de Horacio. 

Mi intención era llegar a hablaros de otro artículo, de otro autor, pero es que Bloom me solivianta, perdonad a esta filóloga ofuscada. Es por cosas como estas por las que, cuando pienso en el canon, prefiero acordarme de Carlos García Gual. Este adorable anciano, filólogo clásico, que encandila a las audiencias con sus conferencias y a quien tanto debe el mundo grecolatino gracias a su labor divulgativa, pronunció en 1998 una conferencia titulada "El viaje sobre el tiempo o la lectura de los clásicos" (que os dejo aquí y os recomiendo encarecidamente leer). 

Su definición de 'clásico', además de sencilla, es bien acertada: 

"Lo que ha consagrado y define como clásicos a unos determinados textos y autores, es la lectura reiterada, fervorosa y permanente de los mismos a lo largo de tiempos y generaciones". 

No es el único autor que opina así, que defiende que los clásicos son los libros de la relectura. Libros para volver una y otra vez, para reinterpretarlos y releerlos y descubrir cosas nuevas con el paso del tiempo, aun con toda la dificultad que entraña, en sus palabras, "meternos en la piel de los difuntos". 

Es muy relevante aquí mencionar la división que García Gual esboza, "una distinción sencilla entre los clásicos universales (aunque queda bien entendido que 'universales' quiere decir los de nuestra civilización occidental) y los nacionales (en los que el uso del propio idioma resulta un rasgo decisivo para su valoración). (...) Y quizás podemos abrir una tercera lista, ya del todo subjetiva, de los clásicos que calificaríamos de 'personales', es decir, aquellos textos que uno aprecia singularmente".  

Como ya os decía anteriormente, no existe un canon que todo el mundo acepte, ni una lista que separe las mejores obras de la literatura universal de aquellas que pasarán sin pena ni gloria. El tiempo es un buen juez, pero también es voluble, y obras que en su tiempo fueron condenadas y denostadas serían después encumbradas hasta las más altas cimas estéticas. Sabed, sin embargo, que cada uno de nosotros tenemos un canon personal. Es la recopilación de vuestros clásicos, de vuestras lecturas, las que os han marcado y a las que volvéis una y otra vez (si es que sois de esos). 

Eso es lo que conforma vuestro bagaje literario y es tan válido y digno como cualquier lista de 'Éxitos del verano', 'Las mejores obras de la literatura española' o los 'Clásicos imprescindibles'. Algún día os contaré cuáles son los míos, y tal vez también por qué, pero os animo a pensar en los vuestros. Eso también os hablará de vosotros y os ayudará a reflexionar, sobre la vida, sobre el pasado, el presente y el futuro, pues, como dice García Gual, la lectura forma "ese legado estético y ético que nos educa como seres críticos y libres". Y saber qué leemos supone saber más del mundo. Del exterior y del nuestro. 

S.

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