lunes, 17 de agosto de 2015

¿Lees o relees?

Solo emitió un seco carraspeo antes de apartar la taza en la mesa, lo más lejos que le permitían sus manos nudosas. 

—Esto es agua sucia. Dame café de verdad. 

—No puedes tomarlo, la cafeína...

—¿Por qué crees que, no haciendo caso a mi médico, habría de hacértelo a ti?

Obvié una sonrisa y me dispuse a preparar otra jarra de café. Del de verdad. Miraba por la ventana en silencio mientras yo trabajaba, envuelto en su chaqueta de lana gruesa para protegerse de la nieve y del frío. La pregunta aún flotaba en el aire, pero sabía que debía aguardar. La paciencia era la clave con la mayoría de las personas: si les dabas el tiempo necesario, te contarían lo que quisieran. El resto ya llegaría después. 

Cuando hube dejado en la mesa las dos tazas llenas hasta arriba y un pequeño jarro de cerámica de cuello ancho lleno de azúcar y una cucharilla de plata, me miró. 

—Me preguntas si yo leo o releo. ¿Acaso hay alguna diferencia? ¿Eso importa?

Me encogí de hombros. 

—Hay quien dice que eso define a la persona. Que los que leen una vez y pasan de largo son gente apresurada, ambiciosa, poco detallista, mientras aquellos que vuelven con el tiempo a los libros leídos son, más bien, cuidadosos y perserverantes. 

—¿Tú compartes esa creencia?

—También he escuchado la contraria. Hay demasiado idiota suelto hoy en día. 

Él rió, aunque sus carcajadas se convirtieron pronto en tos, y en un nuevo carraspeo. Tomó un largo sorbo del café, que paladeó antes de continuar. 

—Cuando era joven, cuando tenía toda la vida  por delante y me creía inmortal y eterno por la falta de obligaciones, leía una y otra vez los mismos libros. Los del maestro. El resto los cambiaba e iba avanzando. Ahora historia, ahora terror, ahora más fantasía, ahora misterio. Pero todos los años, cada pocos meses, releía a Tolkien. Sobre todo la trilogía, pero a veces algunas otras de sus obras. Periodo estival, la navidad, la semana santa. Los releía una y otra vez, disfrutando de cada página, de cada texto. Era casi un mantra para mí. 

»Después, cuando pasó el tiempo, lo tuve que espaciar. Las horas libres cada vez eran menos y los libros nuevos, más. Llegó un momento en que ya no pude siquiera elegir. La lectura fue un vicio del que hube de prescindir, aunque rezaba por que llegase el momento en que pudiera volver a perderme entre algunas páginas. 

Su mirada se dirigió a la estantería superpoblada que había a mi espalda. 

—Tengo libros que he leído solo una vez y sobre los que jamás quiero volver a posar la vista. Te diría que desearía no haberlos leído, pero de todo se aprende, hasta de lo malo. —Especialmente de lo malo, pensé—. Alguno de esos merecería una revisión, lo sé, y muchos otros los recuerdo con especial cariño, pero la vida es breve y la lectura nos roba arena, y la arena es oro, y no he podido encontrar el momento adecuado para ello. Pero otros... Otros los he revisitado con adoración, con miedo por lo que estaba por venir, con alegría o con un sentimiento agridulce, pues en mi mente estaba lo leído. 

»Leer por segunda vez un libro, o por tercera, o por cuarta, supone que ya nunca irás a él con la mente blanca, pura. Sabrás qué está por suceder, quién sobrevivirá, quién no, cuál será la clave del misterio y quién el asesino. A veces, no obstante, el valor no reside en el qué sucede sino en el cómo se llega hasta ello. El camino a Ítaca, que decía Kavafis. Que esté lleno de aventuras y todo eso. —Movió la mano en el aire, como despachándolo, al tiempo que terminaba su café. 

—Así pues, yo leo y releo. Pero ¿qué te dice eso de mí? Esa respuesta os la dejo a los jóvenes. Tenéis la terrible manía de querer etiquetar y clasificar todas las cosas, a las personas y los comportamientos. Y yo solo soy un viejo cascarrabias que bebe café cuando le dejan y se contenta con leer sus libros. 

—¿Los nuevos o los viejos? —pregunté con una sonrisa. 

Él me la devolvió. 

—No hay nada nuevo bajo el sol. 


S.
17/08/2015

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