jueves, 22 de marzo de 2018

La Poesía y yo

Ayer fue el día mundial de la Poesía, y mi intención era compartir en Twitter mis dos poemas favoritos, de los cuales tengo un par de versos tatuados, pero al final se me olvidó. Esta vida trepidante que llevamos, unida al agotamiento que me produce el alien que crece en mi barriga, hizo que me acordase rozando la medianoche, así que me quedé con las ganas de compartir. 

Pensando en ello, además, caí en la cuenta de que la poesía y yo hemos tenido siempre una relación muy especial de la que no he hablado nunca en el blog, y me pareció una forma interesante de presentaros dos poemas que para mí representan dos aspectos esenciales de mi vida.

La literatura se divide en tres grandes géneros: narrativa (novelas, cuentos, leyendas, mitos...), teatro (drama, comedia, tragedia...) y lírica, comúnmente llamada poesía. Este último género se caracteriza por tratar los temas con especial atención a las partes emocionales, con un gran cuidado formal y por la subjetividad que inunda sus líneas. Se puede escribir en verso o en prosa (véase la prosa poética) y se han buscado innumerables rasgos que lo caractericen y lo aparten de sus dos géneros hermanos desde su reconocimiento como género literario casi al final de la Edad Media. 

A pesar de lo que os acabo de contar, cuando pienso en poesía, siempre viene a mi cabeza el verso, y la cantinela que durante años repetí de: "a mí la poesía no me gusta". Falsa y cierta a la vez, esa afirmación implica que nunca he comprado un poemario para leer motu proprio, porque soy una lectora de historias. Cuanto más largo y más complejo el libro, más lo disfruto, y los poemas son pequeñas piezas de arte que hay que degustar de otra manera. 

Hoy, con la edad, la formación y la experiencia, os diré que la poesía me gusta. Que me encanta. Pero solo cuando la leo porque me apetece, algunos poemas sueltos y algunos autores concretos. Teniendo en cuenta la naturaleza del género, a nadie debe sorprender que os diga que esos son los poemas que me llegan, y que no tienen por qué ser iguales para todo el mundo. 

Por mi trayectoria he leído muchísima poesía clásica: Horacio, Ovidio, Catulo, Virgilio; y más recientemente, española: Machado, Alberti, Lorca... De los primeros tengo mucho más dominio y, además, la inmensa suerte de poder leerlos en su original, que eso no tiene precio. Las reminiscencias de la lengua latina permiten paladear versos eternos de una sublimación que cuesta volver a encontrar en la historia de la literatura. Pero también los modernos me han cautivado y han encandilado mis oídos de lectora de cuentos. Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla. Y muchos más. 

Si alguno hubiera de elegir de entre todos los poemas que nos han brindado las musas, este sería el primero (Horacio, Liber carminum III, 30): 

Exegi monumentum aere perennius
regalique situ pyramidum altius,
quod non imber edax, non Aquilo inpotens
possit diruere aut innumerabilis
annorum series et fuga temporum. 
Non omnis moriar multaque pars mei
vitabit Libitinam; usque ego postera
crescam laude recens, dum Capitolium
scandet cum tacita virgine pontifex. 
Dicar, qua violens obstrepit Aufidus
et qua pauper aquae Daunus agrestium
regnavit populorum, ex humili potens
princeps Aeolium carmen ad Italos
deduxisse modos. Sume superbiam
quaesitam meritis et mihi Delphica
lauro cinge volens, Melpomene, comam. 

He erigido un monumento más perdurable que el bronce
y más elevado que las regias pirámides,
el cual ni la lluvia voraz ni el Aquilón desbocado
podrán derruir ni una incontable
serie de años y el paso del tiempo. 
Del todo no moriré y gran parte de mí
evitará a Libitina; por siempre yo viviré
renovado por loas futuras, mientras al Capitolio
ascienda con la callada virgen el Pontífice. 
De mí se dirá que fui, donde violento resuena el Áufido 
y allá donde el pobre en agua Dauno reinó
sobre pueblos agrestes, el primero en traducir, de humilde
a poderoso tornado, al latín poemas en eolios. Reconoce mi nivel,
ganado por mis méritos, y cíñeme de buen gusto, Melpómene, 
la corona de laurel de Delfos.

Siglos hace que no traduzco del latín, ni que lo leo, y lo mucho que lo echo de menos. Por su sonido, por su gramática, por su significado, y por todo lo que me trajo en un momento de mi vida en que no era más que agua y barro aún dispuestos para modelar. Quien conozca este poema (y a mí, por ser más exactos), entenderá el tatuaje. Porque las palabras sobran.

Del segundo, una imagen, nada más. 


S.

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